La pandemia nos ha mantenido confinados para evitar el contagio del COVID-19. Al mismo tiempo ha condenado a miles a morir en soledad y a sus dolientes los ha dejado sin cuerpos que llorar, velar ni enterrar.

Encontrarnos frente al cuerpo de nuestro ser querido fallecido es necesario porque este último contacto nos permite reconocer la realidad de esta pérdida así como su carácter irreversible y definitivo. Los ritos funerarios nos proporcionan un tiempo de cierre de la relación en términos de presencia física del ser querido. Nos ayudan a aceptar intelectualmente la pérdida. Esta necesaria ceremonia proporciona el espacio socialmente reconocido para las demostraciones físicas de afecto, solidaridad y empatía con los dolientes.

Desde que comenzó la cuarentena, miles de cuerpos permanecen etiquetados y confinados en morgues y congeladores improvisados esperando para ser entregados a sus deudos. Otros miles han sido enterrados en fosas comunes, como soldados anónimos de una guerra perdida pero sin lápidas ni epitafio donde ir a llorar o poner ofrendas. Aún mas perturbador debe ser el duelo de aquellos forzados a amortajar en bolsas negras los cuerpos de sus seres queridos y desechados en las calles por culpa del miedo, la pobreza y el abandono de autoridades y gobernantes. Seres humanos despojados de nombres e historias y reducidos a números para alimentar el pánico en noticieros, redes sociales y el Big Data.

Como iniciarán una nueva vida los migrantes que han sobrevivido al naufragio pero han dejado el cuerpo de un ser amado sumergido en un lecho marino? ¿Será mas terrible que para aquellos que debieron enterrar a sus muertos, a oscuras y con prisa, en la vereda de un camino fronterizo o en un campo de refugiados?. Esos cuerpos ni siquiera aparecerán en las estadísticas.

Mientras caminaba por las riberas de un arroyo, que ladea el edificio donde vivo, reflexionaba sobre esta tragedia y recordé una frase de la canción de Fito Páez "... tanta sangre que se llevó el río, yo vengo a ofrecer mi corazón..." busqué la cámara y comencé a recolectar las imágenes que componen esta elegía por los cuerpos perdidos y los duelos suspendidos.